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22/04/2018

Gualeguaychú: denuncian connivencia policial en “guerra narco” que aterroriza a vecinos

Tres familias se disputan el negocio de la droga. Los vecinos aseguran que cocinan “cascarilla” y se vende a toda hora con la connivencia de la Policía. Hay enfrentamientos con armas de fuego, armas blancas y piedras que duran hasta 6 horas y nadie se entromete.

 

A los habitantes del barrio Munilla de Gualeguaychú no les cabe la menor duda que existe una connivencia policial con el delito que se origina dentro del barrio, con los enfrentamientos entre las bandas y con la droga que se comercializa. “Desde que entró la cáscara (una droga que mezcla componentes como bicarbonato, cenizas y hasta virulana con restos de cocaína) acá esto se desmadró. Antes peleaban con piedras y palos, pero ahora tienen armas”, manifestó uno de los entrevistados por un diario local, al tiempo que otro más escéptico de la actuación policial afirmó: “Están cocinando, uno los denuncia y caen a los tres días, le hacen cuatro allanamientos y les encuentran una biblia. Es obvio que hay una complicidad. Pasan autos a toda hora, remiseros, autos de alta gama a comprar. Cómo puede ser que no sepan dónde se vende droga”, denunciaron.

Agregaron que los narcos se enteran que los denuncian y los amenazan: “ yo nunca entendía cómo sabían quiénes eran las personas que los denunciaban, pero después me di cuenta. Cuando llamas a la Policía te exigen que des nombre y apellido. Después directamente desconectan el 101 cuando las llamadas son masivas. Cuando ellos se enteran que los denuncias van a tu casa y te amenazan que te la van a quemar”.

 

El barrio de la guerra narco

El Munilla no tiene una gran superficie. Está delimitado por la avenida Parque al sur, calle Concordia al norte, Camila Nievas al este y Eva Perón al oeste en la ciudad de Gualeguaychú. Es uno de los barrios más antiguos de la ciudad, en donde se asentaron familias de muy bajos recursos sobre el arroyo que lleva su nombre.

Con el correr de los años las viviendas fueron mejorando y recién a fines de los 90 y en la década del 2000, principalmente durante la intendencia de Daniel Irigoyen, llegaron la mayoría de los servicios. Se asfaltó el barrio y se colocaron luminarias, entre otras mejoras. Pero esta apuesta gubernamental no sólo tenía como fin lograr condiciones de vida digna para los vecinos, sino también terminar con la marginalidad.

Afortunadamente se logró controlar durante varios años la delincuencia, pero en la última década el barrio ha sido escenario de muchas crónicas policiales. Hay familias que han logrado perdurar con un estilo de vida volcado al delito, que bajo amenazas, amedrentamiento e infundiendo el terror, mantienen como rehenes a muchos otros.

 

Vida insalubre

El vienes 13 por la madrugada, desde las 2 hasta las 6, hubo una batalla campal en el barrio. Lejos quedaron los enfrentamientos a puños, palos y piedras. “Ahora andan armados”. Pero no todo quedó ahí, porque el lunes pasado también se originó otro cruce entre familias que perduró desde la medianoche hasta las 6 de la mañana. Durante todo ese tiempo no hubo ninguna fuerza de seguridad que pusiera fin a la locura, a pesar de los reiterados llamados que los vecinos hicieron a la Policía.

Está claro que por la situación que se vive en el barrio, donde los vecinos son amenazados de que van a quemar sus viviendas si denuncian, no fueron muchos los que se animaron a relatar lo que se vive. “Nunca vi tanto desmadre. He visto cosas que se han ido de los ejes de la normalidad, pero lo que vi el lunes es algo que solo he visto en las series de televisión. Se revoleaban tiros como loco, y la Policía a dos cuadras mirando sin hacer nada”, se animó a contar uno de los entrevistados.

“Las mujeres pelean a la par de los hombres y ponen a las criaturas adelante como escudo. Había una que tiraba tiros con el nene colgado. Esto está fuera de toda lógica. Para ellos eso no es un bebé, es un escudo”, agregó otro vecino.

 

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A los habitantes del barrio no les cabe la menor duda que existe una connivencia policial con el delito que se origina dentro del barrio, con los enfrentamientos entre las bandas y con la droga que se comercializa.

“Yo nunca entendía cómo sabían quiénes eran las personas que los denunciaban, pero después me di cuenta. Cuando llamas a la Policía te exigen que des nombre y apellido. Después directamente desconectan el 101 cuando las llamadas son masivas. Cuando ellos se enteran que los denuncias van a tu casa y te amenazan que te la van a quemar”.

Otro de los entrevistados fue un poco más allá y se animó a decir dónde se vende droga en el barrio. “En el lugar donde hicieron varios murales, donde está el Gauchito Gil, es el puesto de venta. Fíjate como el arte que hicieron para limpiar el Munilla se lo meten en el culo. Todas las cosas lindas que hicieron son ahora un punto de venta. En la cancha de fútbol nueva que hicieron no vas a ver a un nene jugando nunca. A la noche los ves a ellos. Ahí no se juega al fútbol, ahí se vende “casca”.

Los vecinos aseguran que los móviles de la Policía se estacionan en Concordia y Mitre y desde allí observan lo que pasa hacia el interior del barrio. “Uno les preguntó por qué no actuaban y respondieron porque no tenían orden, ‘déjenlos que se maten’ dijeron, pero en el medio estamos nosotros”.

 

Se cocina en el barrio

Los vecinos aseguran que desde hace un largo tiempo el olor a amoníaco se siente en el barrio, y si bien ninguno de ellos lo puede asegurar, tienen altas sospechas de que se debe a la cocina de la cascarilla, la droga residual de la cocaína que se mezcla con químicos y los adictos la fuman en pipas, y que tiene un alto grado de adicción.

Es llamativo lo que ocurre en la ciudad del Carnaval del País. En la cantidad de internos que tienen los centros de adicciones que existen en la localidad de Malabrigo en Santa Fe y en la asociación civil El Prado de Concepción del Uruguay, un alto porcentaje es oriundo de Gualeguaychú. Sin embargo, en una investigación que realizó ElDía desde septiembre de 2016 a septiembre de 2017, en la ciudad solo se secuestraron tres kilos de cocaína y dos de marihuana; y la mayoría de estos incautos los realizó Gendarmería Nacional.

“Estamos rodeados de transas y ahora trajeron la cáscara”, indicó un vecino sobre la droga que afecta a los sectores más vulnerables. Para llegar a la cascarilla se necesita conseguir una dosis de cocaína; se coloca la droga en una cuchara sopera, se mezcla con bicarbonato y en ocasiones se le agrega agua; eso se calienta con fuego hasta que hace ebullición y se deja enfriar para que se forme una especie de ‘cáscara’ consistente. Una vez fría, se hace polvo y se deposita en la pipa, que generalmente es un caño casero con “virulana” dentro, junto a cenizas de cigarrillo y otros componentes totalmente nocivos.

“Desde que entró la cáscara acá esto se desmadró. Antes peleaban con piedras y palos, pero ahora tienen armas”, manifestó otro de los entrevistados, al tiempo que otro más escéptico de la actuación policial afirmó: “Están cocinando, uno los denuncia y caen a los tres días, le hacen cuatro allanamientos y les encuentran una biblia. Es obvio que hay una complicidad. Pasan autos a toda hora, remiseros, autos de alta gama a comprar. Cómo puede ser que no sepan dónde se vende droga”.

Aseguran que la zona más crítica es sobre calle Goldaracena, entre 3 de Febrero y Mitre frente a la plaza, donde hay varios terrenos abandonados. Allí rompen la luminaria pública y trabajan en la oscuridad, amparados por la desolación del barrio y el miedo de los vecinos.

 

Cautivos y sin salida

La situación que se vive parece no tener fin y no se avizora una solución. Muchos no sólo son rehenes de los delincuentes, sino también que están imposibilitados de abandonar el barrio. A pesar que ponen a la venta sus propiedades, los precios son derribados en el mercado inmobiliario aduciendo que están emplazados en una zona inundable, pero la realidad es otra.

“El problema no es que el Munilla sea inundable. Son estas familias. Imaginate que viene gente a ver las casas y encuentran a los pibes fumando paco en las esquinas, con la boca llagada por las quemaduras”, se lamentó uno de los tantos vecinos que tiene su propiedad a la venta y no puede abandonar el barrio.

Muchos quieren vender pero saben que es una tarea casi imposible. “Es vender para alquilar, es una incoherencia total porque es escupirte el bolsillo, pero si en esa pérdida de plata logras la tranquilidad no lo dudas y te vas”, confesó uno de los tantos damnificados.

Son conscientes que no hay remedio para el barrio hasta que no sean erradicadas las tres familias, pero se animaron a dar una idea: “Uno de los puntos que ayudaría al barrio sería que la Mitre tenga salida hacia la avenida Parque, porque habría seguidilla de autos, sino seguirá siendo una pequeña isla donde los transas vienen, se quedan y arrancan”.

Es desesperante escuchar los relatos de las personas inmersas en esta situación y que saben que no está en sus manos remediarlo.  “Yo lloraba en el teléfono del miedo que tenia y la Policía me decía que no podía hacer nada y me pedían mi número de teléfono”, dijo uno, mientras que otro confesó estar acostada en la cama en posición fetal escuchando todo lo que ocurría afuera: “Yo me voy a enloquecer, los vecinos estamos muertos de miedo”. Y desamparados.

 

Fuente: El Día - Gchú

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