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07/12/2018

Las sillitas filantrópicas de Juliana Awada


Juliana Awada, la esposa del presidente Mauricio Macri, la “primera dama”, escribió: “Hoy en nuestro encuentro, convoqué a las acompañantes de los líderes del G-20 a redoblar los esfuerzos en nuestro trabajo por la primera infancia. Junto a artistas reconocidos de Argentina intervinimos sillitas para los Espacios de Primera Infancia de todo nuestro país”.

En el Museo Malba, a cargo de Eduardo Costantini, junto a diez artistas plásticos argentinos seleccionados por ella, regalaron esculturas y pinturas a las esposas de los presidentes que asistieron al G20. A la distinguida reunión también concurrió la Reina de Holanda, Máxima, amiga personal de Mauricio Macri.

Como contrapartida, las “damas” visitantes firmaron una cantidad idéntica de pequeñas sillas que habrán de ser destinadas a los Centros de Primera Infancia existentes en el país.

Los Centros (o Espacios) de Primera Infancia, dependientes del Ministerio de Desarrollo Social, tienen como objetivo central la atención de niñas y niños entre los 45 días y los 4 años de edad. Se trata de los Centros que en sus reiterados discursos de inflacionadas y no ciertas promesas, Macri anunció que abriría en una cantidad de 1000 en el curso de 2016 y que luego amplió afirmando que “estamos comprometidos a construir 4000 espacios de primera infancia, antes de finalizar el mandato en 2019”. Ya estamos casi en el año 2019 y en la página web del Ministerio de Desarrollo Social, a cargo de Carolina Stanley, no aparece la información de cuántos centros hay. Tal vez ya se haya cumplido el deseo de los 4000.

Mientras se pintan las sillitas, comparten los refinados almuerzos y se intercambian los originales presentes entre las “damas”, el Relator del Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, Luis Pedernera, declara que “Argentina tiene una agenda fuerte de debes en materia de infancia: el 40 por ciento de los niños vive en condición de pobreza”.

Por su parte, Ianina Tuñón, coordinadora del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (a cargo de Agustín Salvia), informa que “hoy, el 40 por ciento de los chicos son pobres. Y eso si se mide solo en términos económicos. Pero la pobreza entraña múltiples vulnerabilidades en el acceso a derechos básicos. Y esa pobreza alcanza a seis de cada diez chicos argentinos”. Seis de cada diez chicos padecen desigualdades en sus hogares.

Las actividades benéficas, filantrópicas, de los sectores pudientes de distintas sociedades no constituyen una práctica exclusiva del neoliberalismo actual. Representan la ideología enraizada de quienes conciben como “normal” la existencia de sociedades polarizadas entre los que poseen riqueza y los que no, entre ricos y pobres, entre portadores de derechos o carentes de derechos.

Y la “bondad” filantrópica, usualmente muy escasa además, aparece como una compleja autogratificación, que “ennoblece” al que ayuda, que lo aleja tal vez del “infierno”, que “naturaliza” la diferenciación social, que “tranquiliza” la conciencia.

En el marco de estos procesos de refilantropización, resulta necesario recordar que siempre los filántropos necesitaron más a los pobres, que los pobres a los filántropos.

Sobre un concepto similar, la beneficencia, Alfredo Palacios afirmaba, en 1900, que “desgraciadamente las sociedades de beneficencia son mistificaciones burdas con que se engaña a los tontos. Están formadas en su mayor parte por encopetadas burguesas. Dan fiestas y kermeses con el objeto de exhibir fastuosos trajes y brillantes alhajas. El pobre es lo último que se tiene en cuenta por estas caritativas damas”.

Cincuenta años después, haciendo referencia a cómo debería denominarse la acción de la Fundación que llevaba su nombre, Eva Perón expresaba: “No es filantropía, ni es caridad, ni es limosna, ni es solidaridad, ni es beneficencia. Ni siquiera es ayuda social, aunque por darle un nombre aproximado yo le he puesto ese. Para mí, es estrictamente justicia. Lo que más me indignaba al principio de la ayuda social era que la calificasen de limosna o beneficencia. Porque la limosna fue siempre para mí un placer de los ricos: el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuera aún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron al placer perverso de la limosna el placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de riqueza y poder para humillar a los humildes. Y muchas veces, todavía, en el colmo de la hipocresía, los ricos y los poderosos decían que eso era caridad porque daban –eso creían ellos– por amor a Dios”.

En agosto de 2016, el humorista Miguel Rep publicó en PáginaI12, con su usual agudeza, una viñeta que reflejaba una certera síntesis conceptual del funcionamiento social predominante. Decía Rep: “Si hablamos de obras de beneficencia para niños... Hablamos de la obra de esta sociedad de maleficencia”.

En el contexto actual de Argentina de creciente desempleo, de contracción salarial, de pérdida de derechos, de exclusión, de aumento de la pobreza, la “primera dama” Awada, casi con cruel alborozo, aduce que está “redoblando los esfuerzos por la primera infancia”.

Cabe, por lo menos, señalarle (ya no pedirle, porque sería estéril por su orientación) que para bien de la infancia argentina sería bueno que deje de esforzarse. Su promocionada acción, nociva para el país, representa fielmente la concepción macrista de un Estado que filantropiza mientras restringe derechos para las mayorías.

* Trabajador Social. Profesor Consulto de la UBA.

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